Gotas de lluvia que inundan la ciudad. Oxígeno que me llega a través del humo del cigarro. Manos calientes, aroma a café, labios secos. Aquella melodía que no para de sonar y siento muy lejos. Mi mirada en tus ojos dormidos. Viento que golpea el cristal, y mi perro no deja de ladrar. Velas encendidas y ese olor a vainilla. Tacto suave, páginas viejas que se rompen como susurros, esos que hielan la piel. Silencios agradables, repetitivos, confusos, afligidos. Mar de estrellas, a veces fugaces, como los amores eternos. Versos inacabados en dedos inexpresivos. Las mejillas rosadas mi color favorito, como el verde, a mi lado. Y supongo que todo esto es lo que me hace ser.

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Y cuando llegaba hecha polvo le decía: “te pienso arrancar la ropa”, y tiró tanto que se llevó también el corazón.


Quería mostrarme seria, decidida, no quería ablandarme a la más mínima. Aunque sabía que todos mis esfuerzos eran en vano y tarde o temprano acabaría derrumbándome.
Lo tenía justo en frente, mirándome con esa mirada fría, sin expresión. Sabía que lo que le acababa de decir le había dejado impactado y aunque por fuera aparentaba normalidad, sé que le había hecho daño. O al menos eso quería pensar.
-Ni te quiero, ni te extraño, ni me haces falta. – Le repetí con las lágrimas a punto de tocar mis mejillas. No se puede ser fuerte con alguien que es tu debilidad.
Pero él seguía sin decir nada. Joder. Odio esto. Odio ser yo la débil. Soy la persona más cursi enamorada de la persona más fría. Ojala pudiera ser como él, ojala pudiera dominar mis sentimientos. Sé que él se siete seguro cosiéndose el corazón en su puño. Es inútil hablar con él. Solo hace romperme más por dentro.
-¿Es verdad todo lo que acabas de decir? – Preguntó de repente acercándose más a mí. – Repítemelo mirándome a los ojos.
Solo lo tenía a unos centímetros y sentía como el corazón se me iba a salir del pecho. No podía repetir ni una sola palabra. Él sabía tanto como yo que lo que acababa de decir no era verdad. Pero tenía que decírselo.
-Ni… te quiero, ni… te extraño…, ni… me haces falta. –Permanecí un momento callada hasta que habló mi corazón. – Ni estoy diciendo la verdad.

De pronto vi como se le dibujó una pequeña sonrisa en la cara. Había vuelto a ganar. Sabía que disfrutaba con el poder que ejercía sobre mí. Pero en vez de recochinearse por su victoria, me abrazó. Me quedé petrificada. ¿Con cuanta fuerza se debe dar un abrazo para suavizar un corazón de piedra?