Gotas de lluvia que inundan la ciudad. Oxígeno que me llega a través del humo del cigarro. Manos calientes, aroma a café, labios secos. Aquella melodía que no para de sonar y siento muy lejos. Mi mirada en tus ojos dormidos. Viento que golpea el cristal, y mi perro no deja de ladrar. Velas encendidas y ese olor a vainilla. Tacto suave, páginas viejas que se rompen como susurros, esos que hielan la piel. Silencios agradables, repetitivos, confusos, afligidos. Mar de estrellas, a veces fugaces, como los amores eternos. Versos inacabados en dedos inexpresivos. Las mejillas rosadas mi color favorito, como el verde, a mi lado. Y supongo que todo esto es lo que me hace ser.

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Hace 20 años.





Existen fiestas en las que no se celebra nada, velas de cumpleaños que no son intercambio de sueños por un soplido, existen ilusiones que las atropella la vida. Existen demasiadas cosas, pero yo sigo quedándome con vosotros. Porque después de todo, los ordenadores se rompen y las relaciones se terminan. Lo mejor que podemos hacer es reiniciar y respirar. Tantos caminos, tantos desvíos, tantas opciones, tantos errores... La vida es muy corta y cada momento tiene su valor, dejemos de pasar días enteros durmiendo y años completos soñando. Con lo sencillo que es quedarse con una parte insignificante de las cosas y lo poco que cuesta mezclar las causas con las consecuencias y al revés. Porque hay cosas que duran un instante pero de las que, curiosamente, podemos hablar toda la vida.