Gotas de lluvia que inundan la ciudad. Oxígeno que me llega a través del humo del cigarro. Manos calientes, aroma a café, labios secos. Aquella melodía que no para de sonar y siento muy lejos. Mi mirada en tus ojos dormidos. Viento que golpea el cristal, y mi perro no deja de ladrar. Velas encendidas y ese olor a vainilla. Tacto suave, páginas viejas que se rompen como susurros, esos que hielan la piel. Silencios agradables, repetitivos, confusos, afligidos. Mar de estrellas, a veces fugaces, como los amores eternos. Versos inacabados en dedos inexpresivos. Las mejillas rosadas mi color favorito, como el verde, a mi lado. Y supongo que todo esto es lo que me hace ser.

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Olvidé decirte quiero.


Estoy herida y ni siquiera sé por dónde empezar a sangrar. Al final va a ser verdad eso de que cuando te haces daño todas las hostias van a parar al mismo lugar.
Pero he llegado a un camino nuevo. La gente ya no es igual, ni yo tampoco. Ahora los paisajes se distorsionan, pero yo lo sigo viendo todo horriblemente maravilloso. Ya sé que que tengo la mano completamente puesta en el fuego, y que a veces he subido a ese precipicio y desde ahí veo todo demasiado al revés, aunque con unas vistas alucinantes. 
Ya no me siento rota, pero es verdad que tuve trozos perdidos. Ahora si me tocas ya no corto. Todos los he pegado. Creo que no están en el mismo sitio que antes, pero tampoco se ven tan diferentes.

No sé.

Como ves, el camino es nuevo y yo parece que también. No sé cuánto durará esto porque no me gusta el tiempo. Y a veces, las cosas duran sólo un segundo, aunque eso puede ser suficiente.