Gotas de lluvia que inundan la ciudad. Oxígeno que me llega a través del humo del cigarro. Manos calientes, aroma a café, labios secos. Aquella melodía que no para de sonar y siento muy lejos. Mi mirada en tus ojos dormidos. Viento que golpea el cristal, y mi perro no deja de ladrar. Velas encendidas y ese olor a vainilla. Tacto suave, páginas viejas que se rompen como susurros, esos que hielan la piel. Silencios agradables, repetitivos, confusos, afligidos. Mar de estrellas, a veces fugaces, como los amores eternos. Versos inacabados en dedos inexpresivos. Las mejillas rosadas mi color favorito, como el verde, a mi lado. Y supongo que todo esto es lo que me hace ser.

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Aquella fue la primera vez que sentí la urgente necesidad de que el mundo se detuviera hasta que yo pudiera comprender lo que estaba sucediendo.


Por desgracia, vivimos en un mundo en el que nos equivocamos y perdemos el rumbo más veces de las que deberíamos. Y una historia calca otra historia. Y un impulso sirve para crear otros impulsos. Demasiado iguales, demasiado comunes. Copiamos más lo negativo que lo positivo. Pero existen otras soluciones, otra manera de encarar la vida. Aunque te veas perdido en un lugar que ni siquiera es el tuyo. Aunque el poco aliento que te queda no te sirva ni para respirar adecuadamente. Si he aprendido algo en los pocos años que tengo, es que me quedan muchos años por vivir. La vida es una cuestión de rachas. De rachas de todo tipo. Y si eliges el camino malo, siempre habrá tiempo de volver al bueno o de seleccionar otro camino más adelante. Puede que, esa vez, el camino sea mejor. Toca luchar, toca hacer frente a los problemas, porque si luchas y haces frente tienes más posibilidades de encontrar a esa persona que te convenza de todo esto que acabo de escribir.