Gotas de lluvia que inundan la ciudad. Oxígeno que me llega a través del humo del cigarro. Manos calientes, aroma a café, labios secos. Aquella melodía que no para de sonar y siento muy lejos. Mi mirada en tus ojos dormidos. Viento que golpea el cristal, y mi perro no deja de ladrar. Velas encendidas y ese olor a vainilla. Tacto suave, páginas viejas que se rompen como susurros, esos que hielan la piel. Silencios agradables, repetitivos, confusos, afligidos. Mar de estrellas, a veces fugaces, como los amores eternos. Versos inacabados en dedos inexpresivos. Las mejillas rosadas mi color favorito, como el verde, a mi lado. Y supongo que todo esto es lo que me hace ser.

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The fault in our stars


-Hazel Grace – me dijo, y mi nuevo nombre sonaba más bonito en su voz-. Ha sido un verdadero placer conocerte.
-Lo mismo digo, señor Waters – le contesté.
Al mirarlo, sentí un ataque de timidez. No podía sostener la intensidad de sus ojos azules.
-¿Puedo volver a verte? –me preguntó.
Su voz sonó nerviosa, y me pareció entrañable.
-Claro – le contesté sonriendo.
-¿Mañana? – me preguntó.
-Paciencia, saltamontes – le aconsejé -. No querrás parecer ansioso…
-No, por eso te he dicho mañana – me contestó-. Quisiera volver a verte hoy mismo, pero estoy dispuesto a esperar toda la noche y buena parte de mañana.
Puse los ojos en blanco.
-Lo digo en serio – añadió.
-Ni siquiera me conoces  -le dije
Cogí el libro del salpicadero.
-¿Qué te parece si te llamo cuando lo haya leído? – le pregunté.
-No tienes mi número de teléfono.
-Tengo la firme sospecha de que lo has anotado en el libro.
Sonrió de oreja a oreja.

-Y luego dices que no nos conocemos…