Gotas de lluvia que inundan la ciudad. Oxígeno que me llega a través del humo del cigarro. Manos calientes, aroma a café, labios secos. Aquella melodía que no para de sonar y siento muy lejos. Mi mirada en tus ojos dormidos. Viento que golpea el cristal, y mi perro no deja de ladrar. Velas encendidas y ese olor a vainilla. Tacto suave, páginas viejas que se rompen como susurros, esos que hielan la piel. Silencios agradables, repetitivos, confusos, afligidos. Mar de estrellas, a veces fugaces, como los amores eternos. Versos inacabados en dedos inexpresivos. Las mejillas rosadas mi color favorito, como el verde, a mi lado. Y supongo que todo esto es lo que me hace ser.

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Te construyen puentes, pero te empeñas en verlos como muros.


Y me podría quedar mirando esos ojos cuando se fija en mí y sonríe. Y cuando se pone nervioso y se toca el pelo. O cuando intenta disimular que no está celoso. Me podría quedar al lado de él cuando hace frío. Podría quedarme parada cuando se acerca tanto que me tiembla hasta las pestañas. Podría contarle lo que se me pasa la cabeza cuando lo veo arreglado. Y podría cocer las heridas de su corazón roto, de contar sus guiños y de sacarle la lengua en los momentos serios. Podría decirle que me da igual lo que hagamos siempre y cuando esté con él. Podría confesarle como late mi corazón cuando me roza la piel. O cuando lo pillo mirándome de reojo.  Podría acercarme cuando se acerca, y cerrar los ojos, y besarlo. Pero… No lo hago.