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Y cuando llegaba hecha polvo le decía: “te
pienso arrancar la ropa”, y tiró tanto que se llevó también el corazón.
Quería mostrarme seria, decidida, no quería
ablandarme a la más mínima. Aunque sabía que todos mis esfuerzos eran en vano y
tarde o temprano acabaría derrumbándome.
Lo tenía justo en frente, mirándome con
esa mirada fría, sin expresión. Sabía que lo que le acababa de decir le había
dejado impactado y aunque por fuera aparentaba normalidad, sé que le había hecho
daño. O al menos eso quería pensar.
-Ni te quiero, ni te extraño, ni me
haces falta. – Le repetí con las lágrimas a punto de tocar mis mejillas. No se
puede ser fuerte con alguien que es tu debilidad.
Pero él seguía sin decir nada. Joder.
Odio esto. Odio ser yo la débil. Soy la persona más cursi enamorada de la
persona más fría. Ojala pudiera ser como él, ojala pudiera dominar mis
sentimientos. Sé que él se siete seguro cosiéndose el corazón en su puño. Es inútil
hablar con él. Solo hace romperme más por dentro.
-¿Es verdad todo lo que acabas de decir?
– Preguntó de repente acercándose más a mí. – Repítemelo mirándome a los ojos.
Solo lo tenía a unos centímetros y sentía
como el corazón se me iba a salir del pecho. No podía repetir ni una sola
palabra. Él sabía tanto como yo que lo que acababa de decir no era verdad. Pero
tenía que decírselo.
-Ni… te quiero, ni… te extraño…, ni… me
haces falta. –Permanecí un momento callada hasta que habló mi corazón. – Ni estoy
diciendo la verdad.
De pronto vi como se le dibujó una pequeña sonrisa en la cara. Había
vuelto a ganar. Sabía que disfrutaba con el poder que ejercía sobre mí. Pero en
vez de recochinearse por su victoria, me abrazó. Me quedé petrificada. ¿Con cuanta fuerza se debe dar un abrazo para
suavizar un corazón de piedra?