Gotas de lluvia que inundan la ciudad. Oxígeno que me llega a través del humo del cigarro. Manos calientes, aroma a café, labios secos. Aquella melodía que no para de sonar y siento muy lejos. Mi mirada en tus ojos dormidos. Viento que golpea el cristal, y mi perro no deja de ladrar. Velas encendidas y ese olor a vainilla. Tacto suave, páginas viejas que se rompen como susurros, esos que hielan la piel. Silencios agradables, repetitivos, confusos, afligidos. Mar de estrellas, a veces fugaces, como los amores eternos. Versos inacabados en dedos inexpresivos. Las mejillas rosadas mi color favorito, como el verde, a mi lado. Y supongo que todo esto es lo que me hace ser.

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Enamorarse no es malo, siempre y cuando no lo hagas solo.


Todo empieza cuando pierdes el tiempo hablando con ella, cuando pasan los minutos sin que te des cuenta, cuando las palabras no tienen sentido, y ninguno de los dos tiene ganas de irse. Cuando empiezas a extrañar tanto a esa persona que lees sus mensajes para sentirla más cerca, y piensas en ella cuando te dicen “pide un deseo”. Empieza cuando te debates en mandarle un “hola” o esperar a que ella te lo mande y cuando se lo mandas odias que tarde tanto en contestarte. Cuando te escribe algo bonito y lo lees más de veinte veces, cuando cantas a gritos una canción pensando en ella. Cuando se va miras para atrás y sientes la mirada de esa persona fijamente en ti. Entonces es cuando estás perdido. O mejor dicho, estas enamorado, lo que, en realidad, es un poco lo mismo.