Estaba allí en aquel bar sentada, la luz de la vela se apagaba y yo seguía con mis ganas de volverte a ver, mirando el reloj cada dos por tres. La vela se consumió, mi ilusión también y el reloj se paró al ver que jamás ibas a volver. Desde entonces paso cada día por el mismo bar y enciendo una vela, mi reloj parado me dice que hasta que no vuelvas no volverá a funcionar, mi tiempo se ha parado desde que tu no estas.
Gotas de lluvia que inundan la ciudad. Oxígeno que me llega a través del humo del cigarro. Manos calientes, aroma a café, labios secos. Aquella melodía que no para de sonar y siento muy lejos. Mi mirada en tus ojos dormidos. Viento que golpea el cristal, y mi perro no deja de ladrar. Velas encendidas y ese olor a vainilla. Tacto suave, páginas viejas que se rompen como susurros, esos que hielan la piel. Silencios agradables, repetitivos, confusos, afligidos. Mar de estrellas, a veces fugaces, como los amores eternos. Versos inacabados en dedos inexpresivos. Las mejillas rosadas mi color favorito, como el verde, a mi lado. Y supongo que todo esto es lo que me hace ser.